martes, 25 de octubre de 2016

CONTRAPIELLO






Era ese joven franciscano, el joven escritor desalentado por el mundo, que no entendía nada, pero seguía adelante con humildad y denuedo- una figura muy atractiva para reconocerse el escritor novel.

Luego fue decantándose, pasaba de todo pero se apuntaba a todo –radios y columnas, jurados y dragós- y encima quería seguir siendo el outsider,  como si no fueran con él los oropeles.
No quiero hacer la típica entrada del resentido pues me sigue pareciendo que Tra escribe y escribe y lo hace muy bien, aunque se repita mucho y diga cada cinco líneas de un cuadro o de un paisaje que era “precioso”.

Yo fui a verle con admiración y el tío estuvo majo y todo y me regaló raros libros dedicados –esa novela del Madrid ochentero, La malandanza, que inexplicablemente no se reedita es de lo mejor suyo- y me dijo que le pasara lo que yo hacía.



















Yo le llamaba por teléfono y salía a la calle con mis manuscritos. Trapi no decía que sí ni que no, quería quedar de guay y lo dejaba siempre para otro día, como esa adolescente mental que da largas a fin de tener caliente el teléfono.

Un día me armé de valor y fui a ver al “maestro”. Después de todo, según contaba en los diarios, en aquella casa del centro entraba todo cristo. La suave voz de Tra, con gallos y todo,dejó una frase a la historia a través del telefonillo. Lo siento, es que tengo que irme a renovar el dni.
 
Luego le vi por el círculo de bellas artes, con su séquito. Iba con trenca y las  manos a la espalda, como si fuera Unamuno. (Era cuando la tontería esa de “al morir el Quijote”). Al ver que yo le miraba después de todo con simpatía se arrimó también a mirar los libros en el escaparate del círculo. Pero ya pasé de decirle nada.


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