Había
que ir a un extremo de la ciudad, al sur del sur, mitad pueblo, mitad
carretera, desmontes, escalextrics, polígonos, vías de tren, todo ello sin-solución-de-
continuidad a través del un atardecer naranja como el de Deprisa deprisa, que,
por cierto, se rodó en el barrio… Luego una hilera de tíovivos con brujas y
hulks y toda la banda latina. Y al fondo el escenario, al fondo de una
carretera, que daba sobre un abismo, que daba sobre las vías, que corrían al
horizonte… Al fondo de la verbena sonaban los Burning mezclada su música con la
de los coches de choque como un chewing gum de sonido…
Hasta
allí no había llegado la gente del rock, suponiendo que exista algo parecido,
esas caras dispersas que aparecen en todos los conciertos, pero un repertorio
apto para todos los públicos -¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?-
que coreaban viejas y chiquillos, conocido y actualizado en una ruta imparable a
través de barrios y pueblos, carpas rodeadas de aceite de churros como polvo de
estrellas. Burning es un grupo de calle. En la noche del barrio me reconcilié
con ellos olvidando la última vez que les vi, constreñido en el Antzokia de Bilbao, donde la peña no quería
ni moverse. También ellos demasiado
conscientes del anfiteatro, ahora en la noche abierta se soltaban…
(Un concierto más, y ya me dicen unos colegas que escriba una tesis sobre Burning en directo. Gracias a Clara por los vídeos, pero mi impericia informática me impide enlazarlos. Otro día…)
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