De
la ciudad agotadora del verano han desaparecido los Puna. Paso por Gran Vía y
no les veo en la barandilla: hasta ellos, tan urbanos, han debido
salir de vacaciones.
Los
Puna, los Punas, rebautizados en las redes sociales como “los heavis de la gran
vía”, se han convertido en un icono en prensa e internet y sobre todo a pie de
calle. Se niegan a salir en la tele y eso les honra.
La prensa les saca de vez en cuando, en plan pintoresco y también aleccionador: los que pierden el tiempo en las barandillas tendrán que andar rebuscando en la basura.
Los heavies de Gran Vía, de una familia 'bien' a comer de la basura ...
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Los
Puna sueltan su rollo de paz y amor, pero
hay algunas contradicciones en su discurso, cómo si andan buscando en la basura
tienen pasta para ir al carísimo concierto de Guns and Roses.
Más que su rollito del zen y el karma y el anticapitalismo y su batalla contra alcoholes y drogas (¡a buenas horas!), el valor de los Puna está en afirmarse como individuos en una ciudad en la que cada vez somos más anónimos.
Los heavies de Gran Vía sorprenden con sus homófobos comentarios ...
www.losreplicantes.com/articulos/heavies-gran-via-homofobos-la-bella-y-la-bestia/
El
callejón, Opal, en aquella deriva de la madrugada era fácil dar con los Punas,
en dúo o en solitario, de pie o dormidos en algún banco. Opal, el hermano
pequeño, solía ir más por libre. Pero ya hablaremos de Opal, q.e.p.d.
Quizá entonces todo era más pequeño o éramos menos pero sin móviles ni nada no eran difíciles aquellos encuentros.
Los
Puna eran y siguen siendo Lynch y el Puna. Este más alto y delgado y con algo
de crótalo. Lynch, en comparación achaparrado, pero los dos gemelos siempre
derechos y patricios, los Alcázar Ortega, de raigambre cordobesa.
Yo
les conocí en la época del “callejón”, pero iban y venían, se despegaban, se
movían mucho y no era difícil atisbarles a lo lejos, por las avenidas de la
noche, camino al Seven Ileven. A veces uno a unos metros del otro, pues como buenos gemelos discutían mucho.
El
callejón era un extraño callejón decimonónico casi en el centro de Madrid, de
Blasco de Garay a otra calle, con faroles colgando de las paredes y unas
casucas bajas donde si te arrimabas mucho te azuzaban a los perros. Un resto de
la época de Valle Inclán, quien por cierto había vivido muy cerca.
En
el callejón, antes de empezar la travesía de los pubs, heavies y facinerosos
como sacados de una portada de Creedence o Grateful Dead, la mayoría familia de la pequeña
burguesía del barrio, otros venidos del extrarradio.
El
Oso, El Risas, El Topo, Héctor el ácrata, y las chicas sin mote, Silvia, Lidia,
Gloria, que fue la que me presentó a tan selecta concurrencia, otro micromundo
madrileño en realidad a un paseo desde casa.
Los
Puna mismamente eran de la plaza de Olavide y todavía hoy sacan el deje de
Chamberí, como en las películas de Toni Leblanc.
Siempre atléticos |
Los
Puna se lamentaban de la religiosidad de sus viejos: “Van haciéndose mayores y
cada vez con más miedo…”
La
madre trabajaba en alguna universidad privada y allí empezaron a estudiar los
chicos, de los que no se pudo hacer carrera.
La
sociedad tampoco se lo ponía fácil. Contaba Lynch cómo había ido de albañil,
a una oferta de trabajo, apalabrada por teléfono, pero al verle los pelos le
dijeron que nones y tuvo que volverse andando desde Cuatro Vientos.
El ciclo de los Puna se componía de calimocho o moscatel entre semana y alcanzaba su punto álgido la noche de los sábados -whisky con cocacola- y el domingo no era raro verles al otro lado de la cristalera en un bar del barrio, apaciguados y amistosos, con unas cañitas a modo de refresco. Pero eran fuertes y resistían.
Después en algún momento se disgregó aquella basca del callejón, y algunos se hicieron músicos famosos (pero no tanto como los Puna).
Los
Puna se negaron a abandonar aquella época y ahora parecen surgidos del túnel
del tiempo. Con los años se fue acentuando su aspecto de sudistas derrotados,
fantasmáticos en su vuelta al globo.
Alguien
hará la novela de los Puna mejor que los tópicos típicos de los periódicos, yo
ya hice una, que se titulaba El río, pero que “se autodestruyó” cuando
formatearon unos listos el ordenador y ahora vuela en los márgenes del
ciberespacio.
Gracias por las fotos...
(prox: Historia de Opal)
Una lejana y etílica noche de hace ya más de veinte años fui a pedir un cigarro a dos gemelos melenudos en los bajos de Aurrera. Uno de ellos, muy amigable, me acercó el paquete para que me sirviera a la vez que se autopresentaba: "Soy Lynch, de los Puna. Antes éramos tres, uno ya ha fallecido". Mientras tanto el Puna, muy serio, otorgaba su aprobación silente.
ResponderEliminarYo cuando fui a darles el pésame, también en un bar de los bajos, me pusieron muy mala cara.
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