Ha
salido en la tele un reportaje sobre el famoso “falso monje shaolín” que se me
ha olvidado grabarlo, pero da igual…
Ahora
me acuerdo de las fotos que le hice aquí abajo, hará… mucho tiempo, en esos
arenales a la entrada de la Casa de Campo, posando el tío con una túnica
naranja butano y con la espada asesina que yo pensé que era de plástico.
Algo
tenía que desarmaba, la seriedad, y yo lo atribuí a que era muy bajito, o algún
complejo, o al fanatismo de los que han visto la luz..., pero la seriedad de quien lleva a la chepa un secreto inconfesable… Después
vino una chica amiga suya, medio vasca y medio china, que era simpática –amiga
ocasional, supongo, por su bien- y ahí pudo forzar el monje alguna sonrisa que
me imagino le provocó retortijones.
Luego
por la tarde quedamos otra vez él y yo para grabar la entrevista, en un piso
grande y oscuro por los altos de Buenos Aires, y alguien trasteaba al fondo en
unos archivos o algo. Menos mal. Creo que era la federación de artes marciales.
Yo
me dedicaba a transcribir, pero sin interesarme para nada lo que me contaba el tío
de la cara de palo –el relato era flojo, una pamplina como el Kung fu de David
Carradine, pero esas cosas es fácil verlas a toro pasado, y entonces pensé que
porque el judo y todo eso me la suda… Sin embargo tal vez se podía jugar la
baza del pintoresquismo, y con lo que me contó y las fotos y otras que me dio
suyas en el templo de la sabiduría, seguramente trucadas, me puse a moverlo un
poco.
Se
lo llevé a Interviú y ahí Gordillo, que era perro viejo, no lo quiso, y con
razón, porque a la peripecia que contaba el nota le faltaba el calor y la
verdad de la experiencia. Ya pensé que me lo iba a comer, pero se lo dejé a una
agencia, que lo vendieron a una revista bastante tonta que había entonces,
Primera línea, y a mí me dieron una pasta... Por ahí debe andar el artículo,
que no lo quiero ni ver, por lo mismo que casi no quiero meter foto del pollo en el
blos.
Sr. Gordillo |
((El
monje inició la serie de psicópatas en el habitualmente tranquilo Bilbao. El
monje no sólo se cargó a las prostitutas, sino posiblemente a un hermano suyo que se había metido en el hueco
del ascensor del edificio del club Yamagata, porque se le había caído la llave,
y el ascensor bajó aplastándole “por casualidad”. Al Yamagata, en un edificio
industrial, en un callejón de lo más sórdido de Bilbao, iban a entrenar unos
amigos, Javi y Aitor, que querían ser como Bruce Lee, pero eso ya es otra
historia))
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