jueves, 20 de julio de 2017

MI ENCUENTRO CON EL FALSO SHAOLIN

 
Ha salido en la tele un reportaje sobre el famoso “falso monje shaolín” que se me ha olvidado grabarlo, pero da igual…
Ahora me acuerdo de las fotos que le hice aquí abajo, hará… mucho tiempo, en esos arenales a la entrada de la Casa de Campo, posando el tío con una túnica naranja butano y con la espada asesina que yo pensé que era de plástico.
 

Algo tenía que desarmaba, la seriedad, y yo lo atribuí a que era muy bajito, o algún complejo, o al fanatismo de los que han visto la luz..., pero la seriedad de quien lleva a la chepa un secreto inconfesable… Después vino una chica amiga suya, medio vasca y medio china, que era simpática –amiga ocasional, supongo, por su bien- y ahí pudo forzar el monje alguna sonrisa que me imagino le provocó retortijones.
Luego por la tarde quedamos otra vez él y yo para grabar la entrevista, en un piso grande y oscuro por los altos de Buenos Aires, y alguien trasteaba al fondo en unos archivos o algo. Menos mal. Creo que era la federación de artes marciales.




Yo me dedicaba a transcribir, pero sin interesarme para nada lo que me contaba el tío de la cara de palo –el relato era flojo, una pamplina como el Kung fu de David Carradine, pero esas cosas es fácil verlas a toro pasado, y entonces pensé que porque el judo y todo eso me la suda… Sin embargo tal vez se podía jugar la baza del pintoresquismo, y con lo que me contó y las fotos y otras que me dio suyas en el templo de la sabiduría, seguramente trucadas, me puse a moverlo un poco.




Se lo llevé a Interviú y ahí Gordillo, que era perro viejo, no lo quiso, y con razón, porque a la peripecia que contaba el nota le faltaba el calor y la verdad de la experiencia. Ya pensé que me lo iba a comer, pero se lo dejé a una agencia, que lo vendieron a una revista bastante tonta que había entonces, Primera línea, y a mí me dieron una pasta... Por ahí debe andar el artículo, que no lo quiero ni ver, por lo mismo que casi no quiero meter foto del pollo en el blos.
 
Sr. Gordillo
  



((El monje inició la serie de psicópatas en el habitualmente tranquilo Bilbao. El monje no sólo se cargó a las prostitutas, sino posiblemente a un  hermano suyo que se había metido en el hueco del ascensor del edificio del club Yamagata, porque se le había caído la llave, y el ascensor bajó aplastándole “por casualidad”. Al Yamagata, en un edificio industrial, en un callejón de lo más sórdido de Bilbao, iban a entrenar unos amigos, Javi y Aitor, que querían ser como Bruce Lee, pero eso ya es otra historia))

No hay comentarios:

Publicar un comentario