Besaide |
Al
punto lo reconocí. No, primero pensé que el que yo conocía era otro igual. Pero
era el mismo y ahí estaba, cuarenta años más tarde no había cambiado el raro
monumento que marca la unión de las tres provincias. (olvidado en la superficie
lo tenía muy presente en mi interior, tanto que fue como si esos cuarenta años
no hubieran transcurrido o lo hubieran hecho a modo de paréntesis) y volví a
verme en aquella colonia de verano. Uno de los monitores, un gafosillo pequeño
y menudo, pero valiente y decidido seminarista, escaló ágilmente la torre,
izándose sobre tres escalones de piedra distribuidos caprichosamente a lo largo
de la pared, ahora mismo revivo la admiración que me produjo, se encaramó al
balconcillo, desplegó una bandera, hizo sonar la campana y creo recordar que
entonó un himno que todos coreamos, tal vez lanzara una consigna que vitoreamos
o jaleamos, yo balbuceando sin convencimiento, moviendo la boca pero sin
entonar quizá por no desentonar, por cobardía o por gregarismo, con cierta desolada
sensación de exclusión, pero también con el alivio de saber que algo
permanecía a salvo en mi interior, que
no tenía en el fondo alma de recluta y sólo iba a levantar el puño con ganas el
brazo en un concierto de Iron Maiden. Si acaso.
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